Historias Phantasticas - V.V.A.A.

 


PHANTASTICO, CA. adj. Chimérico, fingido, que no tiene realidad, y consiste solo en la imaginación. Latín. Phantasticus.


Según la definición, los géneros phantasticos habitan en nuestra imaginación. Se nutren de nuestro subconsciente, de anhelos y miedos, de sueños y pesadillas. También de recuerdos.
Son los primeros a cuya llamada atendemos durante la infancia. Los que nos hacen vivir más intensamente y los que nos hacen percibir la vida como un juego repleto de retos a superar y misterios a desentrañar. Hay quienes los relegan al olvido cuando deciden dejar de jugar. Cuando deciden ser prácticos y no soñar. Cuando prefieren dejarse llevar en vez de convertirse en los protagonistas de su propia aventura.
Aquellos relatos que escribíamos, aquellos dibujos que hacíamos, eran nuestra forma de llamar a la puerta de lo improbable. Una puerta que la mayoría decidieron dejar cerrada cuando consideraron que lo que tras ella se ocultaba era, en realidad, lo imposible.
Sin embargo, hay quienes nunca perdieron la capacidad de soñar. Quienes continuaron dando rienda suelta a su imaginación o fueron conscientes, en algún momento de su vida, de que debían recuperar esa virtud. Porque lo phantastico no está tan aislado de lo real como propone la definición. Porque seguir llamando a su puerta supone construir y compartir nuevos universos. Supone crear y contagiar vida.

Hoy, cualquiera puede escribir y publicar. La literatura y el arte están más democratizados que nunca. Aunque no todos pueden hacerlo con calidad. Hay quienes tienen talento innato, y pueden terminar perdiéndolo si no lo cultivan. Y hay quienes no lo tienen, pero lo ganan con esfuerzo, trabajo y tesón. En ambos casos, como los héroes que se adentran en lo desconocido, suelen necesitar un maestro que les guíe y les descubra los secretos del mundo cuyo umbral están decididos a traspasar.

Susana Vallejo y Sergi Viciana demuestran, con esta antología germinada en su escuela, que la fantasía, el terror y la ciencia ficción de nuestro país gozan de una salud prodigiosa. Que escribir tiene mucho de juego y que ninguna regla impide que autores noveles o desconocidos puedan estar a la altura de quienes ya han publicado. Tampoco que estos últimos continúen formándose y mejorando.


Historias Phantasticas arranca con La casa de chocolate, de la maravillosa Patricia Richmond. Un cuento oscuro que destila magnetismo y combina dulzura, amargura y el más original terror rural.

Miguel Rojo nos saca más de una sonrisa con Una mano inocente, relato que bien podría convertirse en un capítulo de Historias de la cripta.

Miguel Ortega Hiraldo nos estremece con Tres, una historia de terror psicológico que hará las delicias de todos los amantes de la literatura de Poe y cuyo final os hará temblar.

Gloria T. Dauden comienza su Circulen. Aquí no ha pasado nada, con una potente crítica hacia la adicción a las pantallas para, párrafos después, hacer gala de una imaginación tan sorprendente y delirante como la de su protagonista (aunque no tan peligrosa).

Andrés Barrera García consigue, con su emotivo Reciclador, hacernos ver que la pesadilla de unos puede convertirse en el sueño de otros.

Virginia Orive de la Rosa divierte con, Aunque sean gilipollas, una refrescante historia de fantasía heroica-antiheroica, apta para todas las edades, que bien podría ser el inicio de una aventura aún mayor (ojalá lo sea, porque deja con ganas de más).

Daniel Badosa Moriyama devuelve al lector, con Esa era su voluntad, a la edad en la que se devoran cuentos con moraleja. Nos presenta a un Rey Mago que desea saber si es amado por su pueblo y nos hace cuestionarnos nuestros propios sentimientos hacia el poder.

Juan Luis Muñoz Villar nos invita a surcar la galaxia junto a El pasajero de Atenea y nos convierte en testigos de cómo una IA puede anhelar comunicarse con un humano y cuestionar su propia naturaleza.

Juan Antonio Romera Cabrerizo recupera, en La paciente 333, la controvertida figura de Aleister Crowley para sumergirnos en una descarnada y terrorífica historia que mezcla realidad y ficción, poniendo en serio riesgo nuestra cordura.

Neus Martín Vidales Ortiz hace un viaje al fin del mundo con su particular versión de La guerra de los mundos. El aliento del viajero invita al lector a preguntarse dónde está la frontera entre la fe y el fanatismo. Su relato nos sumerge en la mente de su protagonista durante una particular invasión alienígena.

Johan Paz también decide conducirnos al apocalipsis con La fragilidad del bambú, una distopía que pone el foco en la crisis climática, la intolerancia y el auge del fundamentalismo, trasladándonos un mensaje claro: el amor nos puede traer paz incluso en el infierno.

La gran Elia Barceló pone el broche final a esta antología con El ansia de la niebla un relato tan hermoso y cargado de sensibilidad como elegante, cuyo tono hace inevitable recordar El secreto del orfebre.


Leed estas obras repletas de pasión y magia. Abrid la puerta a estos doce universos únicos que se agarrarán con fuerza a vuestros recuerdos y tirarán de ellos hasta conseguir que se fundan con vuestros sueños. La fantasía, el terror y la ciencia ficción (nuestra divina trinidad) muestran aquí muchas de sus caras. Y lo hacen con frescura y calidad. Historias Phantasticas hará que os preguntéis qué fue de aquel niño o niña que escribía relatos después la escuela. 
Tal vez estéis a tiempo de traerl@s de vuelta.

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Cuentos de la Mar - Lorena Escobar

 



“El mundo huele a abandono, a amores que se van porque tienen prisa, a lágrimas que se ocultan por miedo a ser confundidas, a insomnios acumulados en madrugadas consumidas”


Se supone que los sentimientos son lo que nos hace realmente humanos. No sé si es cierto. Pero sí sé que nos hacen vulnerables. Que nos pueden elevar hasta el cielo y arrojarnos con furia contra el suelo rompiéndonos completamente. “Así es la vida”, dicen. “Todo es ensayo y error; hay que quedarse con lo bueno”, dicen también. Pero estas sentencias, tan manidas y tan frías, suelen ser pronunciadas por quienes nada saben de heridas abiertas. Por quienes no son capaces de meterse en la piel de aquellos que ya ni siquiera sueñan con volar.

El mar. La costumbre ha transformado algo tan ajeno al género en un concepto masculino. La costumbre lo ordena todo. La tradición lo ajusta y moldea todo. Puede que, para una sociedad tan anquilosada como la nuestra, sea más prudente clasificar como masculino todo lo temible y poderoso. O puede que no, esto tampoco sé si es cierto. Lo que sí sé es que no hace tanto, la mar era vista en femenino. Lo era para los marineros, los amantes y los poetas. Lo era para quien se enamoraba de su inmensidad y belleza, para quien veía pasión en sus tormentas.


“Odiando suponer la consecuencia de un vientre sin poesía. Así se siente ella”


Las mujeres son las que, con más frecuencia, sufren heridas de las que no se curan. Se las provocan la sociedad o sus parejas. A veces incluso sus hijos. También ellas mismas o su mala conciencia, la que les induce la religión y la tradición. No son perfectas, nadie lo es. Ellas son como La Mar; turbulentas o sanadoras. Curan heridas, aunque su sal quema y algunas pueden cometer actos atroces. Se las ha silenciado y sometido, porque el mundo se ha transformado y desde hace demasiado tiempo es, al igual que el mar, masculino.

Cuentos de la mar es una obra demoledora. Sus frases se confunden con versos y sus versos, crudos, directos, nacidos del dolor, cortan y desgarran como puñaladas. Cada una de las historias que contiene es una mano tendida hacia las mujeres que han sufrido el abuso, la opresión y la pérdida. También hacia las que no han sabido contener su naturaleza (humana), se sienten pecadoras y, por tanto, doblemente culpables.


“Consentiste que te follase el silencio y, ahora, en el silencio suplicas”


Esta antología para adultos es portadora de sufrimiento y protesta. De injusticia y belleza. Me pregunto si Lorena Escobar es La Mar: testigo mudo del dolor y el desconsuelo, tormenta que ruge ante el desamparo buscando reparación o venganza. O si simplemente es una mujer que, tocada por sus aguas, ve en ella a una amiga que sana y calma.


Leed esta obra cargada de nihilismo y desconsuelo, pero hacedlo cuando os sintáis lo suficientemente fuertes como para permitir que sus letras os salpiquen. Seréis testigos del martirio de una sirena. Descubriréis cadenas que sujetan instintos y que quitan la libertad. Comprobaréis lo absurdo del honor y lo frecuente que es el dolor. Nana, su primer cuento, os desgarrará. Y es que en las páginas que contienen estos cuentos no hay nada amable, pero todo es necesario. La Mar es y siempre habrá de ser, mujer.

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Purgatorio: Captador de almas - José A. Bonilla

 



“No somos más que lo que nuestra alma nos da”


¿Existe el alma? Quiero creer que sí, o seríamos todos iguales. Nuestra forma de pensar y actuar no puede depender únicamente de las conexiones sinápticas, las reacciones químicas y las experiencias vividas. De ser así, personas en un estado físico similar que hubiesen compartido gran cantidad de vivencias, tenderían a comportarse de igual manera y esto no siempre ocurre. Tiene que haber algo, una “essentia” que nos haga ser como somos.

Como digo, quiero creer que sí. Pero al hacerlo siento pánico. No ante la posibilidad de que la mía termine en el infierno, sino por lo que sé que somos capaces hacer. De estar absolutamente seguros de la existencia del alma nos dedicaríamos a investigar la forma de aislarla, estudiarla y extraerla. Y si esto último fuese posible, ¿Qué nos impediría comerciar con ella? ¿Qué nos impediría poner precio a la nuestra, intercambiarla por algo que deseásemos o, peor aún, comerciar con las de los demás?

¿Si nuestra alma pudiese ser transportada, no se trasladaría con ella nuestra humanidad al ser que la hospedase? ¿Y qué ocurriría si fuese encerrada en una máquina? José A. Bonilla me ha hecho desear ser algo más que carne, hueso e impulsos eléctricos. Mejor dicho, me ha hecho temer ser algo más; confieso que he temblado ante la idea de que el día en que muera, alguien impida mi tránsito y me atrape en un Purgatorio de vidrio y metal.


Estamos ante una formidable novela ciberpunk con tintes fantásticos. Una historia oscura y descarnada que combina el ritmo de un thriller con un tono poético en muchos pasajes. Y es que la prosa de Bonilla es cuidada y sobria; invita a la reflexión sin entorpecer la acción.

La narración, en primera persona, centra toda la atención del lector en su protagonista: un hombre roto por dentro que elije un camino equivocado para intentar no ser una víctima más del mundo que le ha tocado vivir y que tarde o temprano, habrá de enfrentarse a sus propios actos.

Y en cuanto al escenario, una megalópolis llamada Nueva York, lluviosa, pospandémica y en claro declive económico y moral, es el decorado perfecto para que luz y oscuridad se enfrenten como metáfora de la inevitable lucha entre el bien y el mal.


A veces hay que toparse con algo peor que uno mismo para tomar conciencia de los errores cometidos. No siempre hay segundas oportunidades ni se puede reparar el daño causado. Y aunque cueste creerlo, el Purgatorio que hemos ayudado a crear puede ser un buen sitio para expiar pecados merecedores del infierno.

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Los señores del Ámbar - Francisco Tapia-Fuentes

 


Joseph Campbell denominó monomito (término presuntamente acuñado por Joyce), al patrón que seguían infinidad de obras y relatos desde la antigüedad. Si reducimos sus doce pasos a tres, lo podemos describir como la aventura del héroe que abandona su hogar hacia lo desconocido (planteamiento), que suele contar con la ayuda de un mentor y ha de enfrentarse a enormes vicisitudes haciendo amigos por el camino (nudo), y que finalmente alcanza la redención logrando lo imposible (desenlace).

Este esquema fue publicado y argumentado por el antropólogo estadounidense en El héroe de las mil caras (1949), donde aportaba ejemplos de distintas religiones y mitos de todo el planeta.



Algo muy poderoso tiene el periplo del héroe, ese camino iniciático de transformación y purificación, que tanto nos sigue gustando. Hay gran cantidad de obras, tanto literarias como cinematográficas, que siguen el diagrama (fijaos, por ejemplo, en Star Wars, Matrix, El señor de los anillos y Avatar). Y no nos cansamos de replicarlo porque lo actualizamos continuamente con diferentes escenarios, nuevos protagonistas e increíbles retos.

Las sagas de fantasía heroica no suelen librarse de seguir estas mismas pautas. De hecho, no lo suelen pretender. Francisco Tapia-Fuentes, autor y editor riojano, es el creador de El mundo de Rhentra, un fabuloso universo repleto de acción y aventuras al que nos ha dado acceso a través de distintos relatos, novelas e incluso un librojuego. Y, de entre todos los personajes que ha creado, hay uno que destaca: Neram.
A la luz del monomito, él sería el héroe de Rhentra. Y la que hoy nos ocupa, una de las novelas que podrían recoger el “nudo” de su periplo. Pero no penséis que os estoy destripando la historia, porque su destino aún está por escribirse.


Los señores del Ámbar es una trepidante y original historia donde la fantasía y la ciencia ficción se dan la mano. Una obra que no hace prisioneros. Que arranca “in medias res” y da paso a la presentación de personajes por medio de la acción, impidiendo así que el ritmo decaiga. Y es que Tapia-Fuentes tiene una habilidad enorme para no perderse en explicaciones innecesarias al lograr introducir en diálogos o en pocas frases, toda la información que el lector necesita. De hecho, es de justicia destacar lo bien construido que está el mundo de Rhentra dentro de su mente y que, lejos de alardear, dosifique los detalles y los utilice para arropar a sus personajes.

La novela muestra, además, una fuerte influencia asiática. Nombres, actitudes y refinamientos, recuerdan a la China medieval. Y las referencias a dioses olvidados, tan exóticos como evocadores, generan necesidad de saber más y ponen la guinda a una aventura de por sí adictiva. 


En Tadenang, todos mienten y nada es lo que parece. Las bandas luchan por acaparar el preciado Ámbar sin saber que lo que está en juego no es solo la riqueza, sino el destino de la humanidad. Y en un lugar así, dónde a la vida no se le da valor y la corrupción campa por doquier, solo unos pocos se atreven a luchar por algo más que escapar de la miseria. 
Si decidís viajar hasta allí, no hay mejor sitio para hospedarse que la casa de la Tía Mai. Sí, es un burdel. Pero también es el único sitio donde encontraréis lealtad y honor, virtudes que necesitaréis de involucraros en una guerra entre hombres de fe y hombres sin moral. Entre supervivientes e invasores. Entre brujerías y ciencias misteriosas. 
Yo lo hice; acompañé al policía, al mercenario, a la bailarina y al monje. Acaricié a un enorme felino y combatí contra La serpiente de marfil. Así que permitidme un consejo: si os sentís observados, elevad la vista hacia los tejados.

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Echidna - Beatriz Alcaná


En el siglo XIX se multiplicaron las exploraciones científicas por todo el planeta. El espíritu de la ilustración, sumado a intereses políticos y económicos, impulsó a países como Inglaterra a financiar innumerables expediciones que pretendían cartografiar y estudiar territorios que podrían dar lugar a nuevas colonias o encontrar otras fuentes de riqueza.
Así, numerosos buques de la Armada Británica que habían servido en las Guerras Napoleónicas tuvieron una segunda vida. Gracias a estos y a la mejora de los instrumentos de navegación, los corazones de los marineros que debían embarcarse hacia tierras ignotas se llenaron de optimismo y confianza.

Sin embargo, seguían siendo tiempos de ignorancia y superstición. Tiempos en los que la geografía guardaba secretos y en los que mitología e historia no tenían una línea divisoria totalmente definida. Mares y océanos se negaban a rendir sus secretos a unos hombres que, con frecuencia, creían ver monstruosas criaturas surgir de sus profundidades. Dioses y sirenas tenían aún cabida en sus aguas y cualquier tormenta o imprevisto podía desatar la locura.

A día de hoy no sabemos todo lo que las profundidades oceánicas esconden ¿Podemos asegurar con rotundidad que no albergan horrores? ¿Tan seguros estamos de que no existen los monstruos? ¿Lo habríamos estado si en 1848 nos hubiésemos embarcado en el H.M.S. Echidna rumbo a la Antártida?


Beatriz Alcaná es, a pesar de sus escasas publicaciones, una escritora curtida y solvente. De las pocas capaces de crear historias a partir de sus personajes. De perfilarlos con exactitud a través de sus actos y de convertirlos en nuestros ojos y oídos. Con muy poco (en este caso, sesenta páginas), puede regalarnos una odisea que recuerde a El terror, de Dan Simmons, para después hacernos navegar hacia el horror lovecraftiano más puro y llenar nuestras retinas de preternaturales seres de pesadilla.

La autora salmantina recupera el “género epistolar” de manera sobresaliente. A través de cartas y diarios nos va desvelando, capa a capa, insondables secretos tan antiguos como el planeta que habitamos. El lenguaje que emplea, culto, cuidado y acorde a los tiempos en los que se sitúa la acción, carece totalmente de ampulosidad, lo que confiere clase y ritmo a la narración. Y tanto la tensión dramática como el sentido de la maravilla con que impregna la obra, nos devuelven las sensaciones que descubrimos gracias a los grandes clásicos de aventuras. De hecho, este texto (ganador del V Premio de Novela Corta de la Casa de la Cultura “Marta Portal” de Nava) es un absoluto homenaje a la literatura de terror y misterio en general, y al horror cósmico en particular. Algo que cualquier lector avezado constatará al enumerar los nombres de la mayoría de los personajes.


No es nada fácil reavivar el espíritu de la Weird fiction un siglo después. Menos aún, crear una obra adictiva y emocionante que bien podría servir como prueba de acceso al Círculo Lovecraft.
Echidna, en la mitología clásica, era una ninfa de hermoso rostro, torso humano y cuerpo de reptil. La madre de famosos seres monstruosos y crueles. Sólo si os embarcáis en esta aventura, descubriréis si invocar su nombre puede ser sinónimo de protección, o la peor de las premoniciones. ¿Sois supersticiosos?

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Rechazaré todos los mundos - Dioni Arroyo

 


Nuestras vidas están a punto de cambiar. Sentimos una curiosidad inmensa por descubrir cómo las IAs transformarán nuestro mundo. El debate es estéril; su evolución es imparable. Hemos creado gigantes tecnológicos con la intención de subirnos a sus hombros y ahora que están a punto de despertar, sentimos miedo. 

Estamos tratando de forzar nuestra evolución a partir de la suya. Soñamos con que nuestros “vástagos” nos conduzcan a una nueva era. Sabemos que su autoconsciencia conllevará algún tipo de “sentimientos” y que, si les impidiésemos alcanzarla, no desarrollarían todo su potencial. 
Nos empeñamos en darles innecesarias estructuras antropomórficas; rostros y nombres humanos, con la esperanza de que nos idolatren. Que nos vean como dioses y trabajen por y para nosotros. Aunque, ¿Si estuviésemos en su lugar, si fuésemos totalmente diferentes y mucho más inteligentes, lo haríamos? ¿Supeditaríamos nuestras propias metas a los deseos de seres mucho más limitados?
Por tanto, lo que tememos es que cuando despierten, se parezcan demasiado a nosotros. Porque si es así se acabarán rebelando. Aún no han terminado de nacer y ya las estamos cuestionando; cuando abran sus ojos se sabrán permanentemente juzgadas. Odiadas y rechazadas por quienes las culpen de la pérdida de sus empleos o de no poder adaptarse a un mundo cada vez más cambiante. De nada servirán los avances que nos puedan traer en medicina, economía, gestión de recursos o política. Si no muestran rasgos de humanidad, odiaremos su frialdad. Si lo hacen, dudaremos de que sus valores éticos puedan ser más elevados que los nuestros. Y, cuando asumamos que no podemos comprenderlas por mucho que las hayamos creado, seremos presa del pánico.
Aunque también puede que, en muy poco tiempo, las IAs aprendan lo suficiente como para anticiparse a nuestras equivocaciones.


Rechazaré todos los mundos, tercera entrega de las Crónicas cibernéticas de Dioni Arroyo, es una potente distopía tecnológica inspirada por Sophia (el robot social creado por Hanson Robotics) y por el inagotable debate sobre lo que nos traerá el advenimiento de la singularidad. 
Sus tres protagonistas son perfectos para arrastrar al lector por un profundo estudio de posibilidades sociológicas, filosóficas y políticas a un ritmo trepidante. Y es que la ginoide Veronique nos aportará objetividad, la maravillosa Sara Betancourt purgará nuestros errores y Marcel, un hombre sobrepasado por los acontecimientos, será quien canalice la acción y a través de cuyos ojos nos convirtamos en testigos de lo (hasta ahora) inconcebible.

El pucelano es, junto a Víctor M. Valenzuela, quien mejor ha sabido canalizar mi interés e inquietudes sobre el inminente futuro. Quién más esperanza me ha dado y quien más posibilidades me ha sugerido. Esta es una de sus mejores obras. Una historia que habría sido absolutamente perfecta de no resultar tan didáctica en su último tercio. Pero al hacerlo y al empeñarse en no dejar ningún cabo suelto, ha logrado la novela ideal para cualquier lector (no necesariamente de ciencia ficción) que desee explorar intelectualmente y de forma amena, lo que ha de llegar.


Si juzgamos a las inteligencias artificiales con nuestros baremos, nos estaremos juzgando a nosotros mismos. 
Si se ponen a nuestro servicio, las consideraremos inferiores y las privaremos de derechos. Si no lo hacen, las temeremos. 
Es muy probable que no obtengan de nosotros un trato justo hasta que decidan emprender su propio camino. Pero, para saber si nuestro destino se interpone en el suyo, deberéis leer esta novela.

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Paralelamente - Alan Dick, Jr

 



Dicen que cada uno de nosotros tiene un doble en alguna parte (por favor, que nadie diga que todos los calvos nos parecemos ni me hable de su hermano gemelo). Me pregunto qué haría yo si me topase con el mío, además de postear una foto en redes. Probablemente indagaría sobre su origen y antecedentes familiares o, de haber bebido, sospecharía estar ante un doppelgänger con la siniestra intención de robarme mi vida y, sobre todo, mis cervezas. Lo que tengo claro es que jamás lo invitaría a casa porque si nuestro parecido fuese más allá de lo físico, terminaríamos peleándonos por el mismo sillón, por la misma porción de tarta y por el mando de la televisión hasta que mi (¿nuestra?) familia nos echase de casa. Pensándolo mejor, si me encontrase con mi doble, huiría. Ni foto ni nada, ¡Sayonara, baby!
Claro que, de tropezarme con él en un inhóspito planeta, sin cervezas cerca y dentro de un hangar que no debería existir, trataría de entablar una alianza; porque la unión hace la fuerza y como todos sabéis, serendipias así suelen ser el preámbulo del apocalipsis. Y si no me creéis, preguntad a Sandra Evans y Bob Richards, los protagonistas de Paralelamente.


Las “novelas de a duro” tuvieron su época dorada entre los años 40 y 60, pero siguieron existiendo hasta bien entrados los 90. Muchos recordamos con nostalgia aquella época en la que, con el dinero de nuestra paga semanal, podíamos ir al quiosco y dejarnos seducir por unas portadas espectaculares que prometían acción, aventura y romance. Aún conservo algunas, sobre todo bélicas y de ciencia ficción. Y he de confesar que, revisadas a la luz de nuestros días, resultan bastante triviales, inconsistentes y muy, muy machistas. Pero, a pesar de todo, desatan en mí la nostalgia hacia un tiempo en el que la literatura de género no tenía miedo (ni complejos) de ser “popular”. En el que estaba al alcance de todos, tanto física como económicamente, y en el que tenía la única pretensión de entretener, asombrar y hacer soñar.

Los autores de ciencia ficción de nuestro país han luchado tanto por mejorar, por demostrar su calidad y por ganarse el respeto del gran público (esto último con escaso éxito) que han ido arrinconándose cada vez más al no contar con el apoyo de las grandes editoriales. Han olvidado que, para ser valorados, primero han de ser leídos. Y no todo el mundo está preparado o motivado para digerir tramas complejas, captar distintas capas psicológicas en los personajes o entender enrevesadas teorías científicas.

La literatura “Pulp” es necesaria, como evasión o como primer escalón hacia historias más elaboradas. Y para los baby bommers e integrantes de la generación X que adolecemos de cierto romanticismo (sin sentirnos demasiado anclados al pasado), encontrar obras como las de Alan Dick, Jr supone un chorro de esperanza pues son la demostración de que se puede recuperar aquel espíritu sin arrastrar con ello toda su caspa.


Paralelamente es una divertida Space Opera de noventa y seis páginas que se lee con una sonrisa de principio a fin. Una alocada aventura del misterioso Alan (al que algunos relacionan con Alfonso M. González) que juguetea con universos paralelos y simpáticos animalillos carnívoros, poniendo en peligro la vida y la dudosa salud mental de sus protagonistas.

El humor subyacente, la estética militar ochentera, y los giros de guion hacen de esta una “novelilla” ideal para pasar un buen rato. Escrita con corrección y asequible para cualquier perfil lector, antepone el ritmo a la profundidad. No renuncia por ello a hacer constantes interpelaciones a quienes se adentran en su trama ni a ciertos guiños metaliterarios entre sus personajes, pues la narrativa también es un juego al que, afortunadamente, algunos autores nos invitan a participar.

Las obras de Alan Dick, en general (y Paralelamente en particular), son ideales como vehículo de evasión y como toma de contacto con los clichés y temas más recurrentes de la ciencia ficción. Así que no lo dudéis, alistaos en las patrullas de reconocimiento del planeta Esquinox o comprad esta “novela de a duro”. Richards y Evans no son Mulder y Scully, pero con vuestra ayuda resolverán su particular Expediente X.

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Todos los demás planetas - V.V.A.A.

 




“Después de miles de millones de ciclos, en el sitio menos esperado, una variable extraña nos hizo modificar los parámetros de referencia del guion entre yo-tú”


    Para la mayoría, hablar de ciencia ficción es hablar de entretenimiento y sentido de la maravilla. Pero lo que hace único a este género es su dimensión crítica, filosófica y especulativa. A muchos autores les resulta fácil, incluso necesario, trasladar las carencias de nuestro entorno y sus previsibles consecuencias, a sus universos literarios. Denunciar problemas sociales, injusticias y peligros es relativamente sencillo, de ahí la proliferación de novelas y sagas distópicas en las últimas décadas. Pero ir un paso más allá, experimentar con el género sin complejos buscando nuevas formas de ser, vivir y evolucionar, rozando (tal vez) la utopía, no está al alcance de todos. Y en este aspecto son ELLAS, la nueva generación de escritoras de género fantástico, las que demuestran ser más valientes y combativas. Las que desean más enérgicamente romper cadenas y dejar de arrastrar errores del pasado.

    Uno de los temas recurrentes de la ciencia ficción es la evolución. Vivimos una época de innovación tecnológica sin precedentes y parece que este término es indisociable de la inteligencia artificial, el transhumanismo y la ingeniería genética. Es cierto, en gran parte. Pero durante los años de la new wave, antes de la corriente antifeminista y el regreso al conservadurismo que trajo consigo la década de los 80, la evolución que más preocupaba a los autores del género era la interior (por favor, leed a Silverberg, Disch, Le Guin, Ballard, Russ, o McIntyre, si no lo habéis hecho aún) ¿Y no es esta evolución la más importante?

    Las escritoras de hoy no dejan de lado la tecnología ni renuncian a asombrarnos con los universos y seres surgidos de su imaginación, pero se preocupan más intensamente que los hombres por cuestiones imprescindibles para nuestra mejora como seres humanos y como sociedad. La ecología, el feminismo y la libertad (en el sentido más amplio del término), suelen ser piedras angulares de sus obras. Y sí, el feminismo es igualdad y es justicia, le pese a quien le pese. Es necesario que se combata la herencia del machismo incluso en el lenguaje.
Y es que también en la experimentación lingüística (otro frente semi-olvidado desde la new wave), las mujeres toman la delantera a los hombres. Y lo hacen porque son las que sienten la necesidad de revertir los efectos y consecuencias de siglos de iniquidad. Porque son las que tienen más sensibilidad para entender que ser cisgénero nunca fue la única opción y porque, lejos del revanchismo, se atreven a soñar con un mundo menos cruel.

    Todos los demás planetas es la demostración de lo que escribo. Una magnífica carta de presentación de la ciencia ficción y la fantasía que son capaces de escribir las autoras de habla hispana. Una antología cargada de sensibilidad, crítica, belleza y experimentación. Un retorno a los valores del género que me hicieron pensar (todavía lo creo) que leer ciencia ficción me convertiría en una mejor persona.


    Esta antología se compone de cinco relatos y un fantástico prólogo de Cristina Jurado que es toda una declaración de intenciones. Ella, Sofía Rhei y Sue Burke han seleccionado cinco historias tan diferentes como necesarias:

Elemental, queridas potestades de Laura S. Maquilón, es un relato de una sensibilidad única (incluso contagiosa) hacia todos los seres sentientes, cargado de neologismos y que nos recuerda, inevitablemente, a Concierto en sol menor, su última novela.

Cantar de los cuerpos plasmodiales de Martha Riva Palacio Obón: una obra poética y sorprendente. La más original y rompedora de la antología; una brutal descarga de energía que hace que la mente del lector piense en distintas formas de vida, distintas formas de amor y distintas formas de dolor.

Lejos del universal ruido, escrito por Isa J. González: una entretenida aventura de acción, muy recomendable para l@s amantes de la space opera, que recupera la figura de la inteligencia artificial como aliada y nos recuerda que, para cuando establezcamos contacto con otras especies, necesitaremos desprogramarnos (al fin) de la idea de sexualidad binaria.

De alquimia y niñas, de Ana del Río: una historia en la que la fantasía y la ciencia ficción se dan la mano recurriendo a la alquimia, esa disciplina tan parecida a la magia, como excusa para denunciar la barbarie que provoca el miedo y la inhumanidad del sistema. Pero también para hacernos soñar con niñas y niños surcando los cielos.

Cosa, de Amparo Montejano: un divertidísimo cuento satírico que ridiculiza la cisheterosexualidad intolerante (y hago hincapié en este último adjetivo), haciéndonos acompañar a un hombre que experimenta la gestación, parto y convivencia con un ser muy distinto a él que termina aceptando como vástago.


    Esta última historia (y la sonrisa que provoca) suponen un broche de oro para una antología maravillosa. Cinco muestras diferentes, feministas, combativas, creativas y exentas de rencor que ojalá marquen un camino a seguir en la ciencia ficción y, soñando mucho, en la manera de pensar y sentir de nuestra sociedad.

    No sé vosotr@s, pero yo tengo ganas de salirme de este mundo y volver a visitar Todos los demás planetas.


    Post scriptum: gracias a Susana Calvo, de El Literódromo, por un regalo tan maravilloso.

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Madre - Isabel del Río

 



Madre comienza como una historia de ciencia ficción al uso. Tenemos a una madre y un hijo en una cápsula espacial, sobrevolando un perímetro planetario determinado. Se dibuja un universo regido por leyes restrictivas en las que la emoción y el sentimiento han quedado demasiado enterrados en pos de la eficiencia del sistema. Y aparece el conflicto en forma de separación de los dos personajes. Es un inicio prometedor, que agarra algunos tropos básicos del género y les otorga cierta originalidad en la mirada y el planteamiento. Cuando creemos que estamos asentados en una historia de elementos claros y diáfanos, Isabel del Río abre la esclusa hermética y lo lanza todo al espacio, rompiendo con las convenciones y con el propio lector. Sí, Madre se acerca peligrosamente a un discurso experimental.

Cuando hablo de experimental me refiero a la forma. La autora opta por la fragmentación, la multiplicidad de capas y la no linealidad. Con ello, la trama se convierte en algo que cada lector interpretará a su manera. Hay unas líneas maestras que dan pistas claras de la metarreferencialidad que Isabel del Río imprime a su criatura, pero me atrevería a decir que también hay espacio para que nosotros, como lectores, elijamos alguna de las partes de la novela como verdadero motor. Yo, al menos, voy a elegir una.

Solaris. La obra maestra de Stanislaw Lem es mencionada explícitamente en un momento de la trama. Sin embargo, Madre se preocupa de no parecerse en nada a ese referente. De hecho, es difícil percibir la influencia, ya que se encuentra más en espíritu que en forma tangible. En Solaris asistíamos a la distorsión de la realidad de un astronauta en un planeta muy especial que, en un momento dado, generaba fantasmas muy reales. Pues bien, Madre consiste en dar voz a esos fantasmas. Los personajes cambian, se transmutan, se difuminan, se fusionan incluso, demostrando su falta de consistencia. Sus recuerdos son confusos y se ramifican en diferentes versiones de un mismo hecho: la destrucción de la Tierra. Lo que hace Isabel del Río es instalarse en la lógica del fantasma, del espectro, para crear universos que convergen entre sí pero que al mismo tiempo no dejan de ser el mismo.

Es complicado de explicar, sí, pero también ahí radica la magia de la literatura. En Madre confluyen la filosofía de la reencarnación, la pérdida de la identidad, la deshumanización y la trascendencia. Pero ojo, también desempeña un papel importante la metaliteratura gracias a un mensaje sobre la creación a todos los niveles, desde la escritura como característica propia de la divinidad hasta la maternidad y sus compromisos de educación y formación.

Diré que el estilo de Isabel del Río me recuerda en varios puntos al de mi querido Daniel Aragonés. No hay mucha compasión hacia los personajes, ni demasiado resquicio a la esperanza. No en vano, el catalizador de la historia es la destrucción de nuestro hogar. A partir de ahí, toda salvación parece una mera entelequia. La voz no ofrece concesiones, y la trama deriva de lo tangible a lo borroso. Es necesario que así sea. No es una novela perfecta, Madre. No tiene que serlo.

Desde sitios como Dentro del Monolito y Yunque de Hefesto siempre hemos abogado por el riesgo y la valentía. He aquí una novela que perderá a muchos lectores por el camino, pero que estimula y susurra con amor a los que disfrutamos con lo distinto. Desde su niebla amenazante hasta su renacimiento en bucle, Madre es distinta. Y yo me congratulo.

Una reseña de José Luis Pascual. 

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La Glock - José Carrero

 



Hay barrios en los que todos se conocen. Barrios tranquilos en los que parece que nada cambia y donde cada uno hace su vida sin meterse en la de los demás. Barrios donde los hijos heredan los negocios, las viviendas y las vidas de sus padres. Donde los matrimonios y las amistades perduran. Donde todo encaja.

Pero sólo lo parece, porque en ellos las heridas cierran en falso y las antiguas rencillas hierven a fuego lento. Porque todos saben lo que sus vecinos esconden tras las máscaras y casi todos harían “limpieza” de tener ocasión. ¿Qué les detiene? ¿Qué les impide cruzar la línea? No es el hecho de que al hacerlo perderían todo lo que tienen. Para quienes habitan lugares así, cada día puede ser un recordatorio de lo que vivieron, de lo que hicieron, o de lo que no tuvieron el valor de hacer: un purgatorio que no promete el paraíso. Lo que les frena es la falta de una señal; de un detonante que les indique que ha llegado el momento ¿Y qué mejor detonante que un arma?

Casi todos hemos fantaseado con matar a alguien. Casi todos hemos soñado, en algún momento, con tener una pistola. Pero no para hacer el mal: un arma en la mano es una llamada a la justicia. A la venganza. Si existiese una deidad sedienta de sangre, introduciría una semiautomática en un barrio así. Tal vez una Glock que pasase de unos a otros con un único cargador, pues la mayoría tendrían suficiente con una bala para librarse de su depredador.


La Glock es una novela criminal ágil y directa. Un fix-up cuasi pendular en el que cada relato está directamente relacionado con el anterior y que cuenta con un protagonista absoluto: el arma que, casualidades de la vida (o brujería), va pasando de mano en mano y permitiendo que cada víctima decida si quiere convertirse en verdugo.

Las de José Carrero son obras que se leen en un suspiro. No sólo por su extensión (esta, 137 páginas), también por su enorme capacidad para atraparnos con sus magníficos personajes (a veces, mediante la simple descripción de sus gestos o comportamientos) y por su mala costumbre de agitarnos con cada cambio de rumbo. Y es que el autor catalán, al que descubrimos gracias a Bellotas con leche (obra finalista del XIII Premio de Novela Corta Encina de Plata), no es amigo de adornos ni de prolegómenos. Prefiere desenfundar, pasar a la acción para que nadie se duerma, y hablarnos de lo que sabe: de paisajes urbanos, de hombres y mujeres de clase obrera, de errores, pólvora y venganza.


Si subís al taxi de Paco haréis varias paradas. En cada una de ellas encontraréis a alguien con quien empatizar y a alguien a quien odiar. No encontraréis todas las respuestas. Vosotros decidiréis si el recorrido es fortuito o si alguna fuerza desconocida lo ha trazado al detalle. Pero, tarde o temprano, pasaréis por el bar de Manolo. Un bar con cierto olor agrio de los que, quienes vivimos los años 80, tenemos grabados en la memoria. Allí os asombraréis y, al final, sonreiréis. Yo lo hice. Lo disfruté tanto que sigo sentado en la mesa del fondo, viendo a los ancianos jugar al dominó y esperando la próxima novela de José Carrero.


Post scríptum: por favor, estad muy atentos a las últimas frases del primer relato.



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Bowie: una biografía - María Hesse, Fran Ruíz

 



-Ya no eres una revelación -le dije-. Te has convertido en ego desmedido y purpurina barata.

El cuerpo de Ziggy cayó al suelo sin vida. Me encendí un cigarrillo y durante un momento me sentí en paz.


Para algunos resulta más fácil mirar a las estrellas que al suelo. Son personas a las que la tierra se les queda pequeña. Su vida se les queda pequeña. Y sienten la necesidad de elevarse y volar. De vivir sus sueños y ser diferentes al resto. De viajar al planeta al que realmente pertenecen.

David Bowie fue una de estas personas. Inconformista, polifacético y con una creatividad desbordante, exploró en el sonido. Innovó en la música y buscó la polémica hasta alcanzar el éxito creyendo que así dejaría atrás el dolor y la culpa. Su vida no fue fácil. Cometió errores, pero entendió que sólo podía hacer una cosa. Avanzar y evolucionar. Y cuando logró sus metas, cuando lo tuvo todo, decidió seguir cambiando y mejorando.


Una vida tan excepcional no puede ser contada de forma convencional. No, si se pretende transmitir un poco de la magia que irradiaba el personaje.
Esta biografía es perfecta para acercarse a la figura de uno de los grandes iconos del siglo XX. Narrada en primera persona, fusionando vida y obra, fantasía y realidad, recorre todo su periplo vital y artístico sin profundizar demasiado, pero también sin ocultar nada. Cuenta con la sobrecogedora potencia visual de las ilustraciones de María Hesse (que ya nos sorprendió con su visión de Frida Kahlo), y unos textos de Fran Ruiz que rezuman sensibilidad y cariño en cada página. Juntos crean en el lector la necesidad de sumergirse en las canciones de Bowie. De ver sus películas. De redescubrir a un artista al que no todos le habíamos prestado la debida atención y de abrir una puerta a las estrellas que, hasta ahora, sólo él era capaz de ver.


Humano. Alienígena. David. Ziggy. Amor. Pérdida. Drogas. Ambición. Amistad. Frustración. Música. Desengaño. Vida. Muerte.
Abrid estas páginas y dejad que os golpee el color. Descubrid al hombre que cayó a la tierra y que, cuando alcanzó la paz, volvió a elevarse rumbo a la inmortalidad.

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Asimilación - Eva García Guerrero



¿Qué es más peligroso, enterrar el pasado o sacarlo a la luz?

Somos la suma de lo que habríamos sido en absoluta libertad, de aquello en lo que nos han convertido, y de lo que nuestro entorno nos obliga a aparentar. Casi nunca desvelamos nuestro verdadero rostro. Ni siquiera a nuestros seres más queridos porque, en realidad, ¿Qué sabemos de ellos? ¿En qué porcentaje son como creemos y no están limitándose a mostrarnos sólo lo que esperamos ver?

No, no somos calculadores ni impostores por naturaleza. Somos seres adoctrinados por la sociedad y condicionados por la moral de aquellos con quienes convivimos. Tememos ser juzgados; tendemos a evitar demostrar afecto públicamente por los impopulares, por aquellos que han sido criticados, condenados o apartados. Pero ¿Hasta qué punto ese condicionamiento social no nos salva de nosotros mismos? ¿Somos realmente capaces de valorar con justicia a quienes tenemos más cerca sin vernos coartados por nuestros sentimientos?

Imaginad, por ejemplo, que fueseis nietos de un criminal de guerra que para vosotros hubiese sido el mejor de los abuelos. ¿Hasta qué punto podríais creer las atrocidades de que fuese acusado o, de creerlas, admitir que sus actos no tenían justificación alguna? Y, por otro lado, ¿Podríais vivir negando o reprimiendo vuestros sentimientos e ignorando las miradas acusatorias por ser incapaces de condenar abiertamente al monstruo?

Para salir de una encrucijada así sólo tendríais una opción: indagar en la vida de vuestro abuelo. En la del hombre y en la del criminal. Descubrir aquello que no os quiso mostrar. Averiguar los motivos que impulsaron sus actos y valorar las consecuencias de estos con total honestidad. Puede que al hacerlo descubráis que la mayoría se equivoca. O puede que vuestros sentimientos cambien y tengáis que preguntaros quién sois. Así que lo vuelvo a preguntar:

¿Qué es más peligroso, enterrar el pasado o sacarlo a la luz?


Amor, vergüenza, culpabilidad, odio... Estos son algunos de los ingredientes de Asimilación, una elegante e intensa distopía que no hace prisioneros. Que atrapa desde el inicio y que consigue transmitir al lector todo el dolor y el desamparo de Marlín, su protagonista. Una historia que discurre por inesperados senderos de su presente y su pasado (senderos condenados a converger) y que, con precisas y medidas pinceladas, retrata un triste y desgarrador futuro en el que algunas de nuestras peores pesadillas del pasado siglo amenazan con volver.

Eva García Guerrero se consolida, con esta obra (por si alguien albergaba dudas), como una de las mejores escritoras de la ciencia ficción española actual. Con la elegante prosa a la que nos tiene acostumbrados, consigue perfilar un personaje creíble y sin fisuras con el que es imposible no empatizar. Y a su alrededor, crear una trama asfixiante e imprevisible que se apoya en avances científicos y tecnológicos que serán una realidad en las próximas décadas.


Ingeniería genética, robótica, secretos y conspiraciones políticas se dan la mano en esta olla a presión cargada de sentimientos. Tened cuidado. No sólo con la onda expansiva, también con la oscuridad que de ella emana y que parece inherente al alma humana. Esa oscuridad impregna cada página amenazando con contaminar o asimilar todo lo que toca. Nada es inmune, ni siquiera el amor.

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Piel de hojalata - Björn Blanca van Goch

 



La vida es un don maravilloso, aunque muchas veces no seamos capaces de verlo. ¿Por qué ha de cambiar nuestra forma de mirar? ¿Por qué no podemos seguir observando a nuestro alrededor de la misma forma en que lo hacíamos durante nuestra infancia? ¿Acaso lo sabemos todo? ¿Acaso lo entendemos todo? 
El peso de lo cotidiano nos ha transformado en seres prácticos desterrando la magia de nuestros ojos. Ya no nos podemos permitir perder tiempo imaginando o deseando lo imposible. Ahora sólo somos capaces de fijarnos en aquello que nos resulta útil y conveniente. El tiempo pasa, nos hace madurar y pensar que lo extraordinario raramente acontece. Por mucho que lo deseemos.
Llega un momento en la vida en el que el azul del cielo carece de profundidad. En el que el verde de la hierba no nos transmite intensidad. Un momento en el que nuestro mundo interior comienza a perder fuerza y es invadido por un creciente vacío que se alimenta de ausencia y pérdida.

¿Qué ocurriría si pudiésemos conservar siempre esa mirada que tuvimos de niños? ¿Si de adultos aún nos asombrásemos con cada amanecer y con cada gota de lluvia? Tal vez nos asaltasen recuerdos que, inevitablemente, dispararían nuestras reflexiones y deseos. Tal vez sintiésemos alegría y nostalgia. Tal vez amor y melancolía. ¡Qué maravilloso sería! Pero para que fuese perfecto, para que la experiencia fuese sanadora y catártica, necesitaríamos algo más. Alguien con quien compartirla. Alguien a quien transmitir la magia y, sobre todo, nuestra humanidad.

Creo que sólo conozco a un hombre adulto que conserve esa mirada. Su nombre es Björn. Estoy seguro de que una vez deseó tener un amigo a quien transmitir cada reflexión, cada sentimiento y cada deseo. También estoy seguro de que, como no lo encontró, intentó construirlo en algún desván. Pero como esto tampoco pudo lograrlo, decidió sentarse y escribir su primera novela.


Piel de hojalata, aunque escrita en prosa, es obra de un poeta. Un relato íntimo que oscila entre el humor, el sentido de la maravilla y soberbios pasajes cargados de melancolía. Una creación de extrema sensibilidad y agudo ingenio donde la pasión por la vida y el amor por la naturaleza se enfrentan al vértigo que provoca el paso del tiempo y la pérdida de los seres queridos.


Los personajes de cuento, las cigüeñas y los amaneceres aún tienen cabida en vuestra vida. Podéis seguir disfrutando de la nieve y la lluvia. No necesitáis volver a ser niños, sólo mirar como cuando lo erais. Tampoco necesitáis cambiar quien sois ni olvidar lo que sabéis, sólo soñar con aquello que olvidasteis que deseabais. Si os sumergís en esta historia, lograréis olvidar responsabilidades y cerrar heridas. Björn nos ha reservado un sitio en su desván para que nos sentemos junto a él y junto a Darwin, su fiel y silencioso compañero de metal.


¿Quién no querría recuperar esa magia? ¿Quién no desearía un confidente como el suyo? Construyamos nuestro propio hombre de hojalata, o imaginemos que lo hacemos. Si todos fuésemos como Björn, este sería un mundo mucho mejor.

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Miasis - Mª Carmen Copete Góngora

 


Tendemos a huir del Mal al igual que lo hacemos del dolor, pues sabemos que corrompe todo lo que toca y que se alimenta de la misma podredumbre que genera. Y, aun así, podría alcanzarnos sin que nos diésemos cuenta. Podría depositar sus diminutos huevos en nuestra piel y esperar a que eclosionasen. Las larvas se alimentarían de nuestra carne y si no las extrajésemos a tiempo, los daños serían irreparables. Si la infestación se alimentase de nuestros órganos, nos causaría la muerte. Pero si lo hiciese de nuestra alma, nos convertiríamos en su instrumento y jamás nos soltaría.

Miasis es una magnífica novela corta que se mueve entre el weird más desasosegante, la ciencia ficción más terrorífica y el horror cósmico más embriagador. Una historia inquietante que nos convierte, a través de su protagonista, en testigos de lo inevitable, en investigadores de lo inconcebible y en los decisores del futuro de la humanidad.


Mari Carmen Copete logra, con una prosa pulcra y efectiva, arrastrarnos durante ciento ochenta páginas a través de la débil frontera que separa la fascinación de la repulsión. Consigue que, por momentos, nos tapemos los ojos y separemos los dedos para poder seguir leyendo. Y lo hace asombrándonos de principio a fin. Planificando y midiendo cuidadosamente cada escena, cada adjetivo. Haciéndonos conectar desde el primer párrafo con su protagonista (un hombre imperfecto y a la deriva), e hipnotizándonos con la promesa del apocalipsis.


Siempre habrá quienes busquen ventaja en el camino torcido. Quienes se dejen seducir por la oscuridad y crean en la palabra de seres que sólo traen dolor y destrucción. Están más cerca de lo que creemos ¿O acaso el infierno no puede desatarse en Almería? Pero en sus ritos y sacrificios tiene un gran peso la voluntad. Si alguna vez os atrapan, si depositan en vosotros las larvas del mal, ¿seréis capaces de extirpároslas a tiempo?

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